Era una de esas noches frías. Estaba yo acostada en mi cama descansando, sintiendo el mundo sobre mis hombros. Digo fría no porque estuviese helado, sino porque todo mi ser se sentía congelado en la angustia por la pérdida del hombre que había amado tan profundamente.

Las lágrimas eran incontenibles, y aunque traté de tener cara fuerte delante de mi hija de 9 años, el dolor era demasiado evidente. Mi hija es de la clase de niñas que es extremadamente perceptiva.

Hay algo mágico en ella que le permite estar en sintonía con el sufrimiento humano. Ella es sabia aún más allá de sus años.

Su inocencia le permite mirar directamente a mi corazón y ver las cosas desde un grado de separación que mi enredado corazón no puede. 

Acostada junto a mi hija, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo y su amor incondicional, fue un momento que siempre apreciaré.

Ella se inclinó tan cerca hacia mí y se acurrucó contra mí pecho, dándome ese amor puro. Un amor que no se solicita, que solo se da y el cual tanto necesitaba en ese momento.

“Sé cómo te sientes”, dijo ella.

La miré y pensé,

“Cómo podrías saber, eres apenas una tierna”.

Curiosa le pregunté,

“Dime”

“Sientes que te hace falta una parte de tu alma. Que perdiste un trozo de tu corazón y parte de tu futuro”,  Ella respondió

“Echas de menos a la persona que nunca volverás a ver”, Ella continuó,

“Y tu dolor es tan grande que no puedes dormir. Sientes que has perdido a tu compañero”.

Insólito” Pensé.

Sí, eso es exactamente lo que estaba sintiendo.   Incrédula y sorprendida no podía asimilar que mi bebé hubiese podido captar tan bien las profundidades de mi alma.

“¿Cómo es esto posible?” Me pregunté.  Ella es sólo una niña.

Pero lo que vino después fue aún más asombroso.

“No te preocupes Mamá, los ángeles están aquí susurrando en tu oído”, dijo con su tierna voz.

“¿Los ángeles?” -pregunté sorprendida.

“Sí” –dijo ella,

“Están aquí hablando contigo ahora mismo”

“¿Qué están diciendo,” pregunté,

“¿Por qué no puedo oírlos?”

Ella se inclinó y dijo, “Cierra los ojos, y los oirás“.

Cerré los ojos y las lágrimas rodaron sobre mis mejillas. Ella dijo,

“Los ángeles están diciendo, Waleuska, esta es una nueva oportunidad que Dios te está dando. Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Algo luminoso está por llegar a ti. Dios te está mostrando una nueva vida. Ten confianza en tu trayecto, tendrás una vida llena de amor. Encontrarás a alguien que te amará y te hará feliz”.

Totalmente en choque y derramando lágrimas, le dije,

“Pero todavía no puedo escuchar a los ángeles.”

Mi pequeña dijo con una voz tan tierna,

“Cierra los ojos y abre tu corazón. Dile a Dios que estás lista y escucharás a los ángeles susurrar: Waleuska tienes una nueva oportunidad para que seas verdaderamente feliz”.

El concepto de ángeles, la creencia de que hay una presencia divina cuidando de nosotros, es un concepto al que muchos se suscriben debido a razones religiosas o experiencias propias. Para mí, es una creencia simple que siempre ha resonado en mi corazón.

¡Sí, creo en los ángeles!

Nunca he visto ni oído alguno, pero ¿quién era yo para dudar de mi hija?

Mi hija posee tal bondad en su corazón que tal vez esto le permite escuchar lo que no es palpable para el resto de nosotros.

Saber que los ángeles estaban tratando de comunicarse me dio fortaleza. La esperanza es un tremendo poder curativo, y en ese momento me aferré a sus palabras, la besé y le di las gracias. Por el resto de la noche, cerré los ojos confiando en mi trayecto y en la creencia de que lo mejor está por venir!