Soy madre de dos hijas hermosas y hermana de tres barones menores, y se bien que esto no me califica como experta en niños, pero me siento animada a compartir mi punto de vista y experiencia.

Últimamente, se ha dicho mucho en los medios sobre cómo podemos criar niños más perseverantes, más agradecidos, exitosos y conscientes. Hay una preocupación en nuestra sociedad en general, especialmente entre la clase alta de que los niños de hoy exhiben un sentido elevado de derecho y los padres están preocupados de la capacidad que nuestros jóvenes tienen para superar la adversidad.

Crianza por Miedo o por Amor?

Muchos creen que vivimos en una sociedad darwiniana altamente competitiva donde la supervivencia de los más aptos es el fundamento subyacente de la naturaleza humana. Esto hace que los padres, y con razón, intenten frenéticamente equipar a sus hijos con las habilidades necesarias para satisfacer las demandas de un mundo cambiante y de ritmo acelerado.  Por lo tanto, a nuestros hijos se les pide rendir en niveles que nosotros simplemente no tuvimos cuando éramos de su edad.

Universalmente, cada padre sueña que sus hijos crecerán saludables, inteligentes, bien ajustados, felices y exitosos. Llevados por esta emoción, comenzamos a diseñar el proyecto de vida que nuestros hijos tendrán, incluso antes de que nazcan. Soñamos con lo que podrían llegar a ser, las cosas que podrán lograr, el tipo de atletas que serán, la profesión que ejercerán, la vida que vivirán y el tipo de pareja con la que se casarán.

Desarrollamos el temor de que nuestros hijos no puedan triunfar y conquistar el mundo a menos que se den ciertas condiciones, se cultiven ciertos comportamientos y se logren ciertos hitos.

Desde muy temprana edad, el enfoque es: ingresar al mejor programa preescolar que luego los llevara a incorporarse a la mejor escuela primaria que guiará a nuestros niños a conocer a los amigos adecuados que provienen de las familias afluentes que los conducirán a los círculos sociales adecuados.

Luego contratamos consultores educativos para que nos asesoren a determinar las mejores opciones y nos esforzamos por lograr que nuestros hijos sean aceptados a una de las pocas escuelas secundarias privadas con precios excesivos y estresantes. Una vez que están dentro, nos preocupamos no solo por las calificaciones correctas, sino también por los deportes adecuados, empujándolos a ingresar a los clubes correspondientes y actividades extra curriculares para que se destaquen.  Con el objetivo de obtener todos los elogios, empujamos a nuestros hijos tanto que no tienen tiempo libre para ser niños.

A medida que pasa el tiempo, de alguna manera nos damos a creer que nuestros hijos no tendrán éxito a menos que los sobreprotejamos, intervengamos y orquestemos todos sus movimientos.  Procedemos con una fuerza no medida a transferir e infundir nuestros miedos infundados a nuestros hijos. Los microgestionamos y los empujamos a un nivel de perfección que simplemente no es saludable ni realista. Esto lleva a nuestros hijos a tener lo que Julie Lythcott, ex Decana de la Universidad de Stanford llama, “una infancia con lista de control.”

Nos preocupamos si están comiendo saludablemente, bebiendo suficiente agua y de la cantidad de tiempo que pasan usando sus iPhones y iPads. Sin embargo, estamos de acuerdo de privarlos de sueño para llevarlos a su práctica deportiva por las mañanas antes de la escuela.

No tenemos problemas de verlos acostarse a altas horas de la noche, todo a favor de estudiar para esa prueba de “vida o muerte”. Estamos de acuerdo en hacer que lleguen tarde a casa porque les pedimos que asistan a los tutores después de la escuela para que puedan cumplir con las tareas.

La realidad es que estamos bien con todos los sacrificios, siempre que podamos marcar un punto más de esa lista de verificación que hemos creado para nuestros hijos.

¿Por qué hacemos todo esto?

Para asegurar su futuro empujamos a nuestros hijos a seguir el camino que nosotros elegimos con la esperanza de que los lleve a ser aceptados en las universidades de prestigio. Creemos que la aceptación a estas, les conducirá a los mejores empleos, y a los rangos más altos del éxito, que los llevarán a una vida de privilegio y los conducirá al boleto dorado de la felicidad. Solo entonces podemos finalmente descansar y darnos una palmadita en la espalda sintiendo que hicimos un buen trabajo con nuestros hijos.

En la búsqueda de este sueño, nuestras vidas se definen por la capacidad que nuestros hijos tienen en cumplir con el proyecto de vida que NOSOTROS diseñamos para ellos. Para ayudarlos a lograr el objetivo, nos convertimos en el defensor, tutor, ayudante, realizador, coach y chofer de nuestros hijos. En lugar de pasar tiempo de calidad con ellos, pasamos el  poco tiempo que los vemos, empujándolos, persiguiéndolos y recordándoles de cumplir sus responsabilidades.

Pasamos nuestras vidas revoloteando, preocupándonos y verificando a nuestros hijos porque la verdad es que no confiamos en que dejándolos solos, puedan tener éxito. La dura verdad es que intervenimos constantemente porque no tenemos fe en que nuestros hijos puedan lograr sus objetivos sin nosotros.

Pero espera, ¿cuáles objetivos? ¿De quién es la vida de la que estamos hablando?

¿Nuestra o la de ellos?

Me molesta cada vez que leo en los medios que nuestra generación joven, a la que tanto presionamos a lograr, está creciendo sin suficiente gratitud, falta de compasión, de amabilidad y con mucho más derechos:

“Los niños estos días simplemente no entienden el valor del dinero. Creen que el dinero crece en los árboles” 

“Se sienten con mucho más derecho y están menos dispuestos a trabajar”.

”Están acostumbrados a la gratificación instantánea”.

“No interactúan como en el pasado.  Están demasiado adictos a sus teléfonos celulares y iPads”

Para mí, el enfoque debería ser NO en lo que nuestros hijos carecen, sino en el por qué nuestros hijos están creciendo con un mayor sentido de derecho.

¿Podría ser que nuestra sobreprotección, la lista de objetivos estresantes y la vida excesivamente planificada para nuestros hijos es lo que a lo mejor está produciendo efectos contraproducentes?

No digo que como padres no nos preocupemos por nuestros hijos. Tampoco estoy diciendo que no debemos guiarlos a vivir vidas destacadas. Como padres es natural querer más para ellos de lo que nosotros tuvimos, querer lo mejor, protegerlos y aconsejarlos.

Pero hay que preguntarse, si nuestras acciones se originan del MIEDO o se originan del AMOR.

Crianza Inconsciente

En lugar de centrarnos en cómo nuestros niños pueden ser MÁS perseverantes, agradecidos, empáticos y MENOS engreídos, nosotros, los padres, necesitamos mirar hacia nuestro interior y realmente tomar conciencia de lo que transmitimos y enseñamos consciente o inconscientemente a nuestros hijos.

Enfocarnos en lo ‘más o en lo menos’ les dice a nuestros hijos que no son aceptados tal como son. Querer que ellos sean más de algo, les da a nuestros hijos la sensación de que les falta algo y al hacerlo, inconscientemente transmitimos que no son lo suficientemente buenos tal y como son.

Si el objetivo es infundir seguridad y estabilidad a nuestros jóvenes, entonces empecemos por ofrecerles una de las necesidades más fundamentales que tienen todos los seres humanos: SER ACEPTADOS TAL COMO SON, independientemente de las calificaciones y los logros.

Nuestros hijos necesitan saber que sus vidas no se miden por su desempeño académico, o por cómo se desempeñan en su deporte de equipo o por la carrera o trabajo que finalmente realicen. Nuestros hijos necesitan saber que son amados tal como son, por lo que son y no por lo que pueden lograr.

Decimos que solo queremos que nuestros hijos sean felices, pero en realidad queremos que sean felices con tal que se ajusten a nuestra versión inventada de lo que la felicidad significa para nosotros.

Si el objetivo es criar seres humanos que puedan ser felices, autosuficientes, adaptados y empáticos, entonces la responsabilidad recae primordialmente sobre nosotros para MODELAR TODAS LAS QUALIDADES QUE QUEREMOS VER EN NUESTROS HIJOS y tomar conciencia de lo que indirectamente estamos enseñándoles a ellos.

¿Quieres promover la perseverancia y la gratitud en tus hijos?

Detén la sobreprotección, la microgestión y deja de programar la vida de tus hijos. Deja de ser su conserje, entrenador, maestro, secretario, defensor y principal estresante. En cambio, conviértete el padre que te hubiera encantado haber tenido.

Si queremos que nuestros hijos se conviertan en adultos responsables y autosuficientes; DEJA DE SER EL COMPLACIENTE de todos sus quereres y deseos (fíjate que no dije necesidades). A pesar de lo difícil que es para nosotros lidiar con la ira en que estallan cuando no se salen con la suya, nuestros hijos necesitan escuchar la palabra ‘No’ de vez en cuando. Decirles NO a nuestros hijos y explicarles las razones por las cuales no se puede, es una excelente manera de enseñarles limites saludables.

Puede que sea difícil a veces, pero es importante practicar el decir NO para que ellos también puedan convertirse en adultos que sepan decir NO. Esto también les enseñará a lidiar con la decepción, la frustración y comprender que no siempre podemos tener una gratificación instantánea.

Si el objetivo es criar hijos con menos sentido de derecho, entonces DEJA DE SER TAN ALCAHUETE.  Es entendible, queremos darles a nuestros hijos todas las cosas que no tuvimos. Créanme, lo sé bien. Sin embargo, aprendí que solo porque podía hacerlo y podía proporcionarlo financieramente, estas no eran razones suficientes.

Ceder para hacerlos temporalmente felices es transmitirles a nuestros hijos que pueden tener todo lo que desean a pesar de cualquier esfuerzo. ‘Fácil viene, fácil va’, como dice el dicho, y no se puede obtener ni aprender un significado real cuando se obtiene algo sin un esfuerzo significativo.

Si deseas que tus hijos desarrollen independencia, DEJA DE SER SU VOZ.  No pelees todas sus batallas, no discutas con todos sus profesores, entrenadores y árbitros. Deja que tus hijos hablen por sí mismos. Puedes aconsejarlos, pero deben ser ellos quienes hablen y aboguen por sí mismos.

Esto fue particularmente difícil para mí. Mi primogénita, Victoria, sufría de Mutismo Selectivo hasta que tenía los seis años, así que me acostumbré a ser su voz. Cuando Emma, mi segunda hija vino, ya me había acostumbrado a ser sus voces, sus ojos y todo por en medio.

Si mis hijas llegaban a casa molestas por un incidente en la escuela con una compañera de clase o si no obtuvieron la calificación que yo creía era justa, ¿adivina qué? Inmediatamente estaba enviando correos electrónicos y visitando la escuela para abogar por ellas.

Una noche tuve la brillante idea de hacerles a mis hijas una pregunta muy atinada,

“¿Hay algo que estoy haciendo que quisieran que cambie?”

Bingo, mis chicas que siempre intentan complacer a sus padres, suavemente me dijeron,

“Por favor deja de enviar correos electrónicos y saltar sobre cada problema que ocurre en la escuela. ¿Cómo se supone que debemos aprender si siempre hablas por nosotras?

Eso fue un gran despertar para mí. Ni siquiera estaba consciente de lo que estaba haciendo. En mi mente, estaba siendo una madre buena, preocupada y proactiva. ¿Qué estaba pensando? Ya ellas no tienen dos o tres años y Victoria ya no sufre de mutismo. Ambas son jóvenes capaces y tienen sus propias voces y les estaba impidiendo desarrollar su capacidad de autodefensa.

Ya ves, a menudo hacemos cosas sin pensar y la conclusión es que lo hacemos porque amamos a nuestros hijos. Pero incluso los actos de amor llevan una consecuencia. En ese momento no era consciente de que estaba obstaculizando su capacidad de autoeficacia y autosuficiencia. Mi única intención era ser una madre amorosa y responsable.

Sin embargo, inconscientemente, estaba transmitiendo a mis hijas que mi voz tenía más peso que la de ellas. Inconscientemente les estaba diciendo que no creía que fueran capaces de defenderse por sí mismas. Estaba dando a entender que no creía que pudiesen encontrar soluciones por sí mismas.

Desde entonces, me limito y dejo que mis hijas peleen sus propias batallas y aboguen por ellas mismas. Me complace ayudarles con asesoramiento cuando me piden mi opinión, pero al final, son sus voces las que necesitan ser escuchadas.

Cada vez que hacemos o decimos algo a nuestros hijos, primero piensen qué es lo que les estamos transmitiendo. Preguntémonos si es amor o miedo lo que está guiando nuestras acciones y seamos conscientes de lo que realmente les estamos enseñando.

Por ejemplo, yo me preocupé tanto por la planificación de la vida perfecta para mis hijas que les di una lista interminable de logros, objetivos y etapas a alcanzar con la esperanza de realizar un sueño irreal que ni siquiera era el de ellas.

Llene sus vidas con maestros, tutores, clases y deportes dejándoles sin tiempo libre para ser niñas. En consecuencia, me convertí en su conserje, conductora a tiempo completo, secretaria y entrenadora.  Si no tenían tiempo para jugar y disfrutar de la vida, yo tampoco. Me encontré igualmente ocupada corriendo de un lugar a otro para atender a la realidad que contribuí a crear; una vida de rigidez y estrés tanto para mí como para mis hijas.

Si deseas que tus hijos crezcan con un sentido saludable de auto estima, MODELA EL CUIDADO PROPIO.

Otro ejemplo, yo siempre posponía  hacer las cosas que me importaban. Dejé de vivir mi vida y me deje completamente consumir por la vida de mis hijas. La única identidad que tuve fue la de ser mamá. Olvidé que solía ser una esposa, una amiga, amante, empresaria, escritora y lo que es más importante, olvidé que yo importaba. Mi vida se definió por ser una madre y nada más. No me malinterpreten, me encanta ser madre. Es el regalo más grande que el Universo me ha dado.

Sin embargo, si mi intención era criar a mis hijas como mujeres completas y plenas que sabrán cómo cuidarse y amarse a ellas mismas… entonces, ¿qué les estaba enseñando? Un día estas niñas se convertirán en adultas, mujeres, esposas y madres. A través de mis acciones inconscientes, les estaba enseñando a mis hijas que está bien perdernos, olvidarnos de nosotros mismas. Estaba enseñándoles que está bien que pongamos nuestras vidas y sueños en pausa.

Si el objetivo es criar a hijos que sean emprendedores y tomadores de riesgos, entonces inconscientemente yo les estaba enseñando lo contrario. Verán, tenía miedo de alejarme de su lado ni por un día porque creía que me necesitaban a cada segundo. Esto, por cierto, no es la realidad. Sí, nuestros hijos nos necesitan, pero a menudo somos nosotros los que más los necesitamos a ellos.

En mi delirante estado de indispensabilidad, en mi apego obsesivo por mis hijas, permanecí en el confort de mi zona de seguridad. No intenté nada nuevo. Utilicé mí ocupada vida con mis hijas como escudo para no tener que pensar en mi propia lista de sueños insatisfechos que aún necesitaba lograr.

Inconscientemente, les estaba enseñando a mis hijas que permanecer en lo “conocido” es más seguro que experimentar de las infinitas posibilidades que se encuentran en lo “desconocido”. ¿Cómo podría esperar que mis hijas saltaran, arriesgaran, enfrentaran el miedo cuando yo misma estaba modelando lo opuesto?

Cuando me di cuenta del impacto que mis acciones inconscientes, mi comportamiento y mis miedos podrían tener en mis hijas, cambié. Ahora me aseguro de que mis hijas vean a una madre comprometida y siempre presente, pero también les enseño lo que es ser una mujer completa que tiene necesidades, deseos y aspiraciones propias.

Tengo una vida y un viaje individual que no está ligado al de ellas y tengo la responsabilidad de realizar ese viaje para que mis niñas puedan crecer y darse cuenta de que ellas también pueden ser completas y plenas sin sentirse culpables.

Quería que mis hijas me vieran como una persona realizada que ama la vida y acepta todas las experiencias que este mundo ofrece para que algún día ellas también hagan lo mismo por sí mismas.

Mis hijas me ven probar nuevas experiencias y son testigos de que nada que valga la pena en la vida viene sin asumir riesgos. Me aseguro de que se den cuenta cuándo tengo miedo, pero también me aseguro de que me miren tomar el riesgo. Les digo que solo hay tres cosas que podemos hacer: una es permanecer en la zona de seguridad y no crecer, la segunda es saltar y tal vez caernos y la tercera es saltar y vernos volar. La única manera de crecer es tomar el riesgo y hacer las cosas que nos asustan porque con ellas es que realmente evolucionamos.

Me aseguro de que mis hijas miren que me doy prioridad ​​así que les estoy modelando un nivel saludable de egoísmo, si se puede llamar así. Les estoy transmitiendo a mis hijas que yo, como ellas, valen la pena y que siempre son una prioridad, independientemente de los muchos roles que las mujeres desempeñamos en la sociedad.

El Mito de lo que Debería Ser el Papel de los Padres 

El psicólogo Dr. Richard Weissbourd, director de la Facultad de Educación de Graduados de la Universidad de Harvard, dice,

“Cuando los padres organizan sus vidas alrededor de sus hijos, esos niños esperan que todos los demás también lo hagan, y eso lleva a tener una actitud de mayor derecho, y cuando los niños crecen sintiéndose que tienen derecho a todo, no se sienten agradecidos por nada.”

Es importante como padres entender que hay roles que NO debemos desarrollar.

Nuestra función no es sobreproteger y meter a nuestros hijos en una burbuja para que no sean testigos de los tristes momentos y desafíos de la vida.

Nuestro papel no es atender a todos sus deseos. Tampoco es ser sus ojos y sus voces. Mucho menos ser su maestro, entrenador y conserje. Nuestro trabajo no es librar a nuestros hijos de las dificultades. Dios sabe que es imposible. Nuestro rol no es protegerlos de vernos llorar, herir, luchar y fracasar.

Nuestro trabajo no es decir siempre sí con la esperanza de que nos quieran más. Nuestro papel no es suponer, empujar u organizar sus vidas ni manipularlos, ni chantajearlos para hacer cosas o convertirse en alguien que no son.

Nuestros hijos no son nuestro lienzo en el que podemos pintar nuestras esperanzas y sueños no cumplidos.

Entonces, ¿cuál es nuestro papel?

Nuestro papel es ser solamente sus padres y su modelo a seguir. Nuestro propósito es SER todas las cualidades que queremos ver en nuestros hijos.

Tenemos la responsabilidad de modelar la misma capacidad de fortaleza y gratitud que queremos que tengan nuestros hijos.

Crianza Consciente

Nuestro papel es ser responsables de nuestras propias acciones y aceptar la responsabilidad de la vida que co-creamos para que ellos también puedan ser responsables de las suyas.

Nuestro papel es mostrarles a nuestros hijos que llevamos vidas completas y plenas. Vidas que incluyen aprender, arriesgar y adaptar para que ellos también puedan soportar y superar los desafíos de la vida.

Nuestro trabajo es amar, creer y aceptarnos tal como somos en cualquier momento para que nuestros hijos también puedan crecer y aceptarse y amarse a sí mismos.

Si el objetivo es criar adultos que sepan manejar el dolor y la desilusión, entonces tenemos que ser abiertos y vulnerables para que nuestros hijos vean nuestra lucha, nuestro dolor y lágrimas, pero también que sean testigos de nuestro amor propio y coraje para desenterrarnos fuera del orificio que a menudo creamos.

Para enseñarles a nuestros hijos la perseverancia primero tenemos que ser ejemplo de la perseverancia.

La realidad es que si realizamos nuestra labor de padres correctamente, tenemos que volvernos innecesarios.

Aunque muchas personas me critican por exponer mi vida tan abiertamente a mis hijas, para mí es importante no ocultar mi dolor. Después de todo, soy el modelo para que mis niñas conozcan lo que es ser un ser humano y eso significa verme llorar, herir, reflexionar, amar y acoger mi dolor.

Soy transparente con mis dos hijas acerca de mis dudas internas, dolor y sueños. No tengo reservas de expresar mis miedos y mis aspiraciones. Expreso mi infinita gratitud por sus presencias en mi vida y por la fuerza que obtengo de su amor.

He pasado por momentos oscuros en mi vida, pero en lugar de esconderlos, soy un libro abierto, completamente expuesta a mis dos hijas, especialmente con mi hija mayor. ¿Cómo podría esperar que mi bella Victoria confié a su madre sus desilusiones amorosas algún día si yo no le confió primero con las mías?

A muchos padres les gusta proteger a sus hijos del dolor y los problemas que enfrentan para no preocuparlos. De corazón, no creo que ese es nuestro rol. No es bueno proteger a nuestros hijos de ver el lado real de la humanidad.

Si la meta es criar adultos bien adaptados, primero debemos modelar la caída y el dolor para luego también mostrarles cómo levantarse y sanar.

En vez de presionarlos para obtener calificaciones, carreras y logros, es más importante que les brindemos un sentido sano de autoestima de sí mismos para que puedan crecer y ser fuertes.

En mi corazón hago eco de las palabras de Lisa Nichols que sabiamente dijo: “Nuestros hijos no están mirando cómo fallamos. Están mirando cómo nos levantamos. No es nuestra perfección lo que están buscando. Lo que buscan es ver cómo nos ponemos de pie y brillamos frente a una imperfección evidente”.

Los padres a menudo ponemos toda nuestra energía en las cosas equivocadas, en los objetivos equivocados. Obtenemos un sentido de logro y validación basado en cómo nuestros hijos se desempeñan.

Elije lo que es realmente importante para ti y tus hijos.

Criar a la generación futura no es un trabajo fácil, pero es un trabajo valioso. Es un acto de equilibrio y vulnerabilidad. Es un equilibrio entre proporcionar y complacer, entre guiar y dictar, y entre ayudar y sobre satisfacer, entre protección y dependencia.

No podemos escapar de cometer errores. No hay un manual que nos enseñe cómo ser buenos padres. Eso es algo que aprendemos con la práctica, con el intento y con el fracaso.

No hay que desear que nuestros hijos sean más o menos de lo que son. No esperemos nada de nuestros hijos que nosotros mismos no estemos dispuestos hacer. Somos la brújula moral de nuestros hijos y, como tal, tenemos la responsabilidad de modelar los mejores aspectos de la humanidad.

Padres, necesitamos hacer menos y ser más. Más confianza y menos orquestación. Menos quejas y más ejemplo.

Cuando predicamos con el ejemplo, tenemos una mayor posibilidad como sociedad de producir una generación que sea agradecida e ingeniosa.

Creo que amando y aceptando a nuestros hijos por lo que son, ellos mismos querrán ser exitosos y plenos. Se sentirán agradecidos porque vivieron en un hogar basado en la gratitud.

Crecerán para ser ingeniosos e independientes porque crecieron en un ambiente donde el aprendizaje, el riesgo y el fracaso se fomentaron sin consecuencias.

Crecerán con un fuerte sentido de identidad y autoestima porque vivieron con padres que practicaban el amor propio y la auto aceptación.

Crecerán perseverantes porque crecieron en un hogar donde se tomó responsabilidad de las acciones y la vida propia de cada uno.

Se convertirán en individuos responsables, completos y plenos porque crecieron en un entorno que proporcionó espacios saludables y la aceptación. Un entorno que promueve la independencia, el respeto, la transparencia y la honestidad.

La manera más rápida de ayudar a promover lo que la sociedad cree que nuestros hijos carecen, es en que NOSOTROS SEAMOS lo que aspiramos que ellos sean.

¡Padres seamos el cambio que queremos ver en nuestros hijos! 

Con gratitude,