Ayer llevé a mi hija a uno de sus restaurantes favoritos para cenar.  Cuando nos sentamos en nuestra mesa, ella se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

“Mami, hay una señora mayor en la parte de atrás completamente sola, y mi corazón se rompe al verla así. La he visto en el pasado, y ella siempre está sola. 

Le pregunté: “¿Qué te gustaría hacer?” 

Ella dijo: “Creo que sería bueno que se una a nuestra familia en la mesa, así no estará sola.”

Yo todavía indecisa y sorprendida, vi como mi niña se levantaba de su asiento y procedía cautelosamente a pedirle a la solitaria anciana que se nos uniera. Cuando se acercó lo suficiente, preguntó con la voz más dulce:

“Hola, me di cuenta de que está sola, ¿Le gustaría unirse a nuestra familia en la mesa?” 

La cara de la anciana se iluminó. Era como si su alma estuviera repentinamente imbuida de vida. La cara de la anciana que estaba pálida y cansada de repente tenía un nuevo vigor.  Su sonrisa iluminó el restaurante entero. Miró a mi hija y le dijo:

“Gracias cariño, pero me quedaré aquí solo un poco más”.

Mi niña se alejó del lado de la señora y volvió a nuestra mesa. Pude ver que mi bebé estaba emocionada. Le dije que lo que ella hizo fue el gesto más noble de bondad y que ella debería estar orgullosa de su increíble corazón y que nunca cambiara. De vez en cuando, la anciana miraba hacia nuestra mesa, y sus ojos sonrientes se centraban en mi niña. Todos podíamos ver la felicidad de la anciana porque ella sintió, no solo que alguien la había notado, sino también que a alguien  le había importado.  Al final, ¿no es esto lo que cada uno de nosotros quiere? Saber que le importamos a alguien­?

Miré a mi hija con la más profunda admiración por su acto de bondad desinteresado y no solicitado. Si la anciana terminó o no viniendo a nuestra mesa, ya no era importante.  El punto es que mi hija se sintió bien consigo misma, e ​​hizo que otra persona se sintiera menos olvidada y más especial. Un simple acto de bondad puede cambiar el día, la vida y el mundo de una persona.

En ese acto simple y desinteresado, mi hija nos enseña una lección: Podemos elegir ser la luz que nuestro planeta necesita.  Podemos ser la razón por la cual alguien cree en la bondad de las personas. Si mi hija de solo diez años intuitivamente entiende esto, entonces hay esperanza para nuestra humanidad. La verdadera naturaleza de los seres humanos no es competir, luchar, matar o destruir, sino cuidar, amar, proteger y cooperar.

Todos tenemos la oportunidad de expresar amor, mostrar bondad, misericordia, compasión, comprensión, paz y alegría, perdón, paciencia, fortaleza y coraje. Cada uno de nosotros puede ser una ayuda en tiempos de necesidad, un consuelo en momentos de tristeza, un sanador en tiempos de heridas, un maestro en momentos de confusión e inspiración en momentos de duda.

Tenemos el poder de mostrarle al mundo lo peor de nuestra humanidad o lo más grande y maravilloso de la naturaleza humana.

Lo hermoso de este juego llamado vida es que todos estamos vinculados. Somos una sola energía y, como tal, uno no puede ayudar a otro ser humano sin ayudarse a la vez a sí mismo.

Seamos el cambio que queremos tener en el mundo.

Con gratitud,